SIEMBRO
Irving Washington Irving
Hace muchos años que dejé de ser yo. Desde que decidí aislarme de una sociedad que consume sin ética a través de ofertas a costa de salarios bajos para su propia clase o compra cosas ignorando el origen de lo que trae puesto u olvidando la procedencia de la comida que lleva a la mesa en el desayuno, la comida o la cena, me convertí en lo que siembro. Cuando me volví objetor de conciencia y me negué a pelear en Vietnam, poco a poco dejé de ser yo para adentrarme en el territorio donde la vida humana no es más que un elemento adicional del ecosistema que ignora la abstracción. El yo lo dejé atrás junto a la razón que tanto acompaña al ego humano. En cambio, en estos días de mi vida donde dependo de mí mismo, me dedico a estar inmerso en el medio natural y a aprender del ensayo y error. Soy un homo sapiens atado a la supervivencia rutinaria, donde la vida presente se mezcla constantemente con memorias pasadas interpretadas como experiencias, y se encuentra imposibilitado a mirar lejos, destinado a caminar erguido y asegurar su propia existencia sin la cooperación de alguien más. Lo otro, como ya lo dije, es ego. Ese yo es ego.
Desde que llegué de California he vivido en este valle por donde pasa un río, el cual en verano erosiona la tierra a su alrededor y en invierno la nieve lo entierra a metros de profundidad. La belleza de este valle, con su clima templado, borró de mí la esencia del ser de la misma forma en que la corriente de ese rio se lleva todo rastro de presencia, y me quedé entonces aquí para volverme lo que siembro. Mi vida corre con las estaciones y se adapta al ciclo de vida de las semillas que están a la espera de ser sembradas para cumplir su ciclo. La primavera y el verano, especialmente, son la manifestación de lo que soy en los jardines, pues mi existencia se gesta y agota en ellas todo el tiempo. De esa forma me convierto en lo que siembro, porque en ellas deposito mi supervivencia. Soy las acelgas, las lechugas, las kales, las arrúgulas, los tomates, las berenjenas, las zanahorias, los maíces, las papas, los ajos, las cebollas, los frijoles, las habas, las soyas y la demás vida que crece cada temporada en mis jardines. Pero no solo consisto en ser esas hojas, frutas o tubérculos nombradas uniformemente que germinan, crecen, florecen y maduran, porque en ese caso sería, más bien, lo que consumo, y consumir es algo material. Como homo sapiens cosecho para alimentarme y preservar el entorno con un propósito ajeno a la satisfacción, al placer material, y más bien con el fin de detonar las reacciones químicas que involucra el comer.
Nada, pues, permanezco aislado. Me alejé para dejar de ser ese yo, negarme a ser parte del consumismo masivo y monótono de las sociedades capitalistas. ¿Acaso no vemos las mismas frutas y verduras en todos los supermercados e ignoramos su variedad? Esa vida para mí quedó atrás cuando me convertí en la diversidad genética que siembro y crece cada temporada en mi jardín, que después de un tiempo llega a mi mesa y de ella me alimento a la vez que preservo la naturaleza. Soy la diversidad propia de este planeta; mas ya no soy, simplemente, mi yo.

Irving Washington Irving
El poema es de su propia autoría.
Fotografía tomada de Caroline Barret